
Extensa,
en el arduo y felizmente
indescifrable territorio de su cuerpo.
Poblada de adioses,
recuerdos salinos de aguas remotas.
Busca un trozo de cielo: un poco de nada,
un poco de todo.
Ha descendido de aviones más veloces
que el sonido de la palabra "vuelve".
Su corazón no le pertenece,
sólo la ausencia, la vida por vivir,
la epidérmica huella de lo vivido.
Nada ni nadie la detiene,
sólo el sueño, sólo el anuncio de la encarnación
en los resquicios del alba.
El deseo la mueve y la suaviza,
la viste de colores verdes y amarillos.
Sueña, su sueño la vuelve más real,
más tangible que su boca,
más precisa que su mentón dividido
por una línea de aire.
Abre los ojos, y pide que busque,
en el tendedero del olvido, la cobijita
azul con que arropaba el miedo.
Amanece.